Mejora lenta, pero constante

Mejora lenta, pero constante

Pero la realidad es que, pasado un breve lapso de tiempo (a lo sumo, dos semanas), volvemos a estar sobrecargados/as como lo estábamos a finales del año anterior, continuando con una rutina y una manera de actuar que sigue sumando desencanto y, a la postre, haciendo que nuestro trabajo no sea todo lo productivo que se requiere, mientras que no nos aporta la satisfacción que deseáramos al respecto.

Sabemos que si seguimos actuando del mismo modo, no podemos pretender que las cosas cambien, pero nos engañamos continuamente porque nos supone un enorme esfuerzo someternos a la disciplina y constancia que requiere todo cambio verdadero y sostenible en el tiempo.

Nadie, pero absolutamente nadie, debería vivir sin un plan estratégico, tanto de su vida personal, como de su faceta profesional. La principal disculpa al respecto es la mofa a la que sometemos a dicho planteamiento, argumentando que la vida es más sencilla que todo eso y que tanto formalismo resulta innecesario. Pero, por mi parte, no manifiesto que ello se tenga que articular de manera compleja y farragosa, basta con que haya una concreción de lo que debemos hacer, someterlo al juicio interno de si lo queremos hacer y, finalmente, establecer la manera en que lo vamos a llevar a cabo. A partir de ello, el formato que adopte la manera de explicitarlo es cosa individual de cada uno/a de nosotros/as. Eso sí, en mi condición de consultor siempre he sostenido que lo que no se escribe, sencillamente no existe (la mente es lo suficientemente caprichosa y volátil, como para que un mismo asunto se pueda interpretar, cada día, de una manera diferente).

En el momento actual, todo va tan deprisa que intentar hacer un plan estratégico a más de tres años vista, resulta un ejercicio inútil. Elaborado nuestro primer plan estratégico, debemos digerirlo año a año, de manera que a base de ir ejecutando acciones y tareas, lo podamos acometer y, lo que es más importante, podamos evidenciar el avance; lo cual, sin duda, es el principal condicionante a la hora de sentir la satisfacción que se requiere para no desfallecer en el intento.

Pero uno de los motivos por el que no conseguimos avanzar en el cambio que añoramos de manera permanente, es el establecimiento de metas y objetivos demasiado ambiciosos, con lo que resulta imposible alcanzarlos, con la dosis de desánimo y decepción que ello comporta.

Si bien no debemos limitar nuestras aspiraciones a la hora de identificar nuestras metas futuras, lo realmente importante es que para comenzar seleccionemos un número reducido de ellas, definamos las tareas que se requieren para alcanzarlas, marquemos plazos temporales que sean compatibles con nuestra agenda y, por último, establezcamos fechas de revisión de lo realizado, de manera que su seguimiento forme parte del rigor del plan trazado.

Decíamos que pretender alcanzar lo imposible lleva al desencanto, pero también defendemos que las metas y objetivos que nos marquemos han de tener una dosis de exigencia y de dificultad, porque lo que es demasiado fácil de lograr, suele llevar aparejado una satisfacción tan pequeña que no ayuda al cambio permanente al que aspiramos.

Cuando nuestra existencia deviene en rutina, surge el aburrimiento y, tras ello, la ola de ansiedad que asuela nuestra opulenta sociedad occidental. Por ello, cada uno/a de nosotros/as debe esforzarse en identificar su verdadera razón de ser y de existir. Esto es lo que los japoneses denominan el IKIGAI, el cual se está estudiando a fondo y está llegando a la conclusión de que es la principal causa de la longevidad de dicho pueblo.

A partir de lo expuesto, puedes elegir entre empezar a cambiar de manera decidida tu existencia, o te puedes amparar en que todo ello es filosofía barata y continuar con tu vida actual. Yo, más que compartir lo que llevo un tiempo descubriendo e intentando aplicar en mi vida, no puedo hacer. Tú eliges.

 

Óscar Hortigüela

Enero 2018