Quienes nos dedicamos al mundo de la empresa, todavía no hemos olvidado los ecos de la última crisis iniciada de manera abrupta en 2008 y silenciada por los medios de comunicación, también de manera abrupta; si bien sus consecuencias se siguen padeciendo en la actualidad, porque aquello no fue una crisis “al uso”, sino que trajo consigo un cambio de modelo.
Nuevo modelo caracterizado por un capitalismo salvaje, aliado a una globalización sin control y a la utilización de la tecnología para la creación de plataformas que hacen de la economía un lugar en el que se enriquecen sin límite quienes tienen el control total de dicha tecnología, mientras que va desapareciendo la denominada clase media, a la larga auténtico elemento estabilizador en toda sociedad.
Si quienes gestionamos negocios atendiéramos a pies juntillas a los cantos de sirena que llevan unos meses avisando de un nuevo cataclismo, lo mejor sería encerrarnos en casa, tapar ventanas, cerrar puertas a cal y canto y rezar para que no nos llevara por delante todo lo funesto anunciado.
Es evidente que los datos macroeconómicos, y no digamos los acontecimientos geopolíticos, evidencian que entramos en una etapa dura y llena de nuevas dificultades. Perdernos en disquisiciones sobre si se trata de una ralentización de la economía, o de una recesión pura y dura, son matices que a la gente de la calle no le importan, ya que lo que realmente resulta neurálgico es cómo afecta todo ello al empleo, e incluso en el supuesto de tenerlo, cómo repercute en el poder adquisitivo.
A quienes estamos en la economía real, no nos queda otra que apretar los dientes, seguir remando e intentar sortear las nuevas olas de la nueva situación en la que nos adentramos (o, para ser más exactos, nos adentran los de siempre).
Ahora bien, si ya de paso reflexionamos sobre el tipo de economía y de empleo que se está creando y la parte en que colaboramos en ello, sería una buena oportunidad de formar parte de ese cambio que todos/as nosotros/as comentamos en los bares, pero con el que luego no somos consecuentes.
Y puestos a pedir, si conseguimos inocular en nuestro interior el tema de la sostenibilidad y del problema del cambio climático, adoptando actitudes individuales consecuentes con ello, evitando perdernos en grandilocuentes discursos, o dejando de justificarnos ante lo imponente del asunto; sin duda, estaremos colaborando a un futuro que es de los que vienen detrás nuestra y, respecto al cual, no tenemos el derecho a consumirlo sin pensar en las generaciones venideras.
Ante tanta negatividad e impotencia, considero que lo realmente útil es adoptar actitudes individuales responsables, en la confianza de que la suma de todas ellas será el verdadero artífice del cambio que la mayoría anhelamos.
Óscar Hortigüela
Socio director OHR